jueves, 20 de septiembre de 2007

LA JORNADA


La controversia mediática, polarizante, se genera en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por una propuesta de ley para legalizar causales de aborto, lo cual genera espanto y oportunidad en Norbertito Rivera para distraer la atención sobre los aún supuestos vínculos como defensor de sacerdotes pederastas y tratar de incrementar la poca credibilidad de la iglesia católica como "vocera del pueblo".Sociedad de connnivencia / Hernández / La Jornada / 8 de abril de 2007La controversia mediática, polarizante, se genera en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por una propuesta de ley para legalizar causales de aborto, lo cual genera espanto y oportunidad en Norbertito Rivera para distraer la atención sobre los aún supuestos vínculos como defensor de sacerdotes pederastas y tratar de incrementar la poca credibilidad de la iglesia católica como "vocera del pueblo".
Si bien la Iglesia católica no es parte de la administración pública mexicana, si debe su mantenimiento al diezmo y/o limosna que le otorgan sus creyentes.La Iglesia Católica, en especial el llamado Episcopado mexicano, sucursal del Estado Vaticano, ha sacado las antorchas actuales: el escándalo mediático para grillar el derecho a la vida en su injerencia respecto al aborto y sus causales legales próximas a aprobarse. Sumándose a la grilla grupos de fanáticos que defienden sus creencias queriendo imponerlas como únicas.
La iglesia católica, defensora de la creencia, sus intereses y la ganancia que ellos les genera, saca las antorchas medievales disfrazadas de provocaciones discursivas, olvidando sus excesos y abusos sobre la ignorancia y fe de la gente.
Sociedad de connnivencia / Hernández / La Jornada

lunes, 17 de septiembre de 2007

EL FACTOR DIOS

José Saramago

El País


En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.



José Saramago es escritor portugués, premio Nobel de Literatura

lunes, 10 de septiembre de 2007

Sobre las religiones

Agradezco primeramente a JW por la invitación que me ha hecho a en este foro, e incluyo esta especie de reflexión como mi primera participación:

las religiones son un artículo de primera necesidad para ciertos estratos intelectuales (o mejor dicho, poco intelectuales). Desde que el hombre es hombre ha tenido dudas existenciales imposibles de responder, o hueva de buscar explicaciones lógicas a fenómenos naturales y a su misma existencia. El pensamiento místico viene a ser una cómoda solución a la necesidad de respuestas. El ser humano común necesita reglas, religión, moral para sobrevivir en relativa armonía. Los "distintos" están condenados a vivir bajo estas normas que resultan grilletes espirituales e intelectuales.

La mayoría de las religiones parte de los mismos principios básicos. Darle al hombre un motivo y una causa que justifiquen su vida, explicar lo que hay mas allá de la muerte, demostrar la existencia de un principio creador inteligente y con un propósito superior, y crear una convivencia armónica entre los miembros de dicha religión, y de paso supuestamente medidas saludables para llevar una vida digna, pero sobre todo, es la religión es un sistema para mantener a las personas bajo control. Para el vulgo sus postulados son cosa lógica y en cierto modo buena, hasta el momento en que pasan a manos de los fanáticos y de personas irracionales que quieren seguir los libros “sagrados” al pie de la letra, cuando están formados de metáforas y comparaciones literarias, o de gente que aprovecha la ocasión para comerciar descaradamente a costa suya.

Los libros sagrados de cada religión contienen conocimiento y sabiduría ancestral, que tiene cierta fecha de caducidad o ciertas maneras de ser aplicado. Por ejemplo, los 10 mandamientos católicos, son un código para la buena convivencia social DE AQUELLOS TIEMPOS (ejemplos: no robarás- por obvias razones, no fornicarás- evitaba la transmisión de enfermedades y embarazos no deseados, no jurarás el nombre de dios en vano- esto se trataba de mantener una honestidad obligada en ciertas circunstancias ya que no existían los detectores de mentira etc etc), pero es una ridiculez intentar aplicarlos a estas alturas. Mas ridículo aún es tratar de seguir al pie de la letra lo que son metáforas.

Al pueblo, pan y circo (parte del circo es la religión, ¡y qué circo!). Es necesario darle distracción, espectáculo, un motivo para existir, vivir, manejarse bajo las normas de la conveniencia social y un reglamento más bien basado en la lógica. Y es mucho mas fácil si se le dan tintes místicos, causas inexplicables e ineludibles, y se le matiza con una fuerte carga de culpabilidad y miedo para controlar al rebaño y mantenerlo sometido, satisfecho y lejos de la razón propia, porque “cuestionar la religión es sacrilegio” (pensar por ti mismo es pecado). La religión es una excusa de la gente para no pensar por si misma, para no profundizar

Decía entonces que para las masas poco pensantes la religión es cosa conveniente, el problema verdadero viene cuando una persona con capacidad para pensar por si misma, y para cuestionar estos principios, incongruencias o injusticias entra en escena. Y verdaderamente el problema lo crean los mismos religiosos, porque no toleran la individualidad, la independencia. Cuando alguien no está de acuerdo con ellos, quieren aplastarlo. El error no viene de la religión o del libro “sagrado” en si, viene de quien interpreta y aplica. La iglesia católica ha dividido la sabiduría de la biblia en testamentos apócrifos o canónicos, se ha perdido también mucho en las transcripciones y traducciones, de manera que lo que conocemos es un todo tergiversado (las biblia en sí lo es, puesto que es un legado de transmisión oral y solo se puso por escrito siglos después) Si ellos necesitan eso para vivir, dejémosles en paz con su sistema, mientras no vengan a tratar de convencernos a nosotros, a censurarnos o a tacharnos de pecadores, porque en ese caso, están cometiendo una falta de respeto a la inteligencia. Y todo eso sin contar los estragos que han hecho (las cruzadas, la inquisición, los montones de fanáticos, guerras, el dinero que se roban, la pederastia, las estafas, la represión y culpa que mantienen sobre la gente pobre, que busca mantener el control y la ignorancia etc).

sábado, 8 de septiembre de 2007

SANTO A LA MEDIDA

Según la iglesia católica, un santo es una persona que por su vida ejemplar, basada en el amor a Cristo, puede, al llegar al cielo, interceder ante dios (sí, con minúscula) por los mortales. Así, ningún santo en sí es milagroso, “nomás van de mensajeros a pedir el paro en lugar de uno”. Bueno, parece que realmente a la iglesia dejar eso claro no le interesa mucho, pues mientras sea un “santo oficial” este tendrá una imagen en alguno de sus edificios.
Pero lo que sí molesta a la iglesia, es que la gente decida tener a un santo que no sea de su agrado. Nombrare dos ejemplos: La Santa Muerte y Jesús Malverde. El primero es bastante conocido, así que omitiré explicaciones, el segundo, es una mezcla de Chucho el roto y Pedro Infante, a leguas se nota que es un Santo creado por las clases marginadas, para satisfacer sus necesidades espirituales, necesidades que no cubren los santos “oficiales”. La historia de Jesús Malverde cuenta que era un ladrón que robaba a los hacendados y repartía sus riquezas entre los peones, fue por esto que se hizo muy querido. Cuando fue capturado, lo mandaron a la horca y el gobernador prohibió que su cuerpo fuera descolgado del árbol donde se hizo so pena de muerte. Pero un día un viajero que (no recuerdo bien cual era su problema, estaba perdido o había perdido a una hija) en su camino se topó con su cuerpo, le pidió un favor, a cambio del cual le daría sepultura. Malverde cumplió el milagro, y el viajero bajó el cuerpo y para evitar la pena de muerte, colocó piedras sobre el cadáver, evitando enterrarlo pero creando una tumba. Cuando la noticia se supo más gente fue a visitar el lugar para solicitar su ayuda, dejando siempre una piedra para seguir construyendo su tumba (nótese que para la iglesia conceder milagros a cambio de piedras no seria un negocio).
Con los años el mito fue creciendo y popularizándose, al grado de creársele una capilla. Por sus características, un marginado, fuera de la ley, con un oficio condenado por la sociedad y la religión, Malverde se volvió el santo de los narcotraficantes. La Santa Muerte por otro lado, posee ciertas similitudes con Malverde, pero la creencia en esta está muy mezclada con la santería, la brujería y el esoterismo, por lo cual su auge es mayor. Ambos santos están dispuestos a arropar a todos esos que la iglesia no es capaz de satisfacer espiritualmente.
¿Por qué el ataque constante de la iglesia católica a este tipo de santos? Porque pasan por alto su autoridad moral, porque no les generan ganancias, porque fueron creados por el pueblo, con reglas del pueblo y que no pueden controlar los curas.
La necesidad de creer en un ser superior está intrínseca en la mayoría, (si no es que en todas) las personas, dentro de estas existen algunas a quienes las imágenes de la iglesia no satisfacen, La Santa Muerte es una opción para ellas. Se le ofrece lo que se quiera a cambio de lo que se quiera, no tiene restricciones (no muchas, pues la mayoría de sus adeptos conservan una moral católica por decirlo de alguna forma).
Existe sin embargo, San Judas Tadeo, que es lo que yo llamó, la versión ligth de La Santa Muerte. Ya que comparte muchos “atributos” con “la flaca”. Es el santo más milagroso, igual que “la pelona”, es muy celoso, al grado que si le rezas a la Virgen de Guadalupe, se enojara y tomara venganza (justo como muchos dicen que hace la niña blanca) y por último, el punto más importante, al ser el santo de los casos imposibles, es usado para la magia negra (y claro, esto no lo dice la iglesia, no va a desprestigiar a uno de sus mejores productos). ¿Por qué si los celos, la venganza y contribuir para dañar al prójimo son actitudes de ambos santos, uno es aceptado por la iglesia y el otro no?.
Creemos nuestros propios santos, nuestros propios dioses, seres que hechos a nuestro gusto, con nuestras reglas y nuestras necesidades personales, que nos dejen pensar y expresarnos libremente, sin tapujos, seamos pues nuestros propios dioses.