martes, 29 de julio de 2008

IGLESIA PARE DE SUFRIR

CAIGANLE CON LA LIMOSNA VOLUNTARIA DE MIL PESOS PA ARRIBA


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miércoles, 23 de julio de 2008

Monsiváis: El Estado laico y sus malquerientes

El Estado Laico y sus Malquerientes, la obra de Carlos Monsiváis, editada recientemente por la Universidad Nacional Autónoma de México y Random House Mondadori, es una valiosa y oportuna contribución del célebre ensayista mexicano a la defensa de las libertades emanadas del Estado laico.

En sus 303 páginas, el libro consta de una crónica histórica, donde se describe tanto el origen, la evolución, los avatares y los grandes avances de la “laicidad” y el “laicismo” en nuestro país, mientras que su segunda parte es una antología de los “malquerientes”.

Esta obra, en palabras de Monsiváis, fue realizada “con el propósito de verificar las condiciones del Estado laico desde su aparición, a mediados del Siglo XIX, en medio de las guerras de Reforma como sus promotoras, y ver lo que había sucedido en todo este tiempo en que –sobre todo en los años recientes– se ha considerado que ya no es vigente por la derecha y una parte muy considerable del clero”. El Estado laico en la actualidad, refiere, “ya no tiene enemigos, sus enemigos estuvieron en el siglo XIX; actualmente tiene ‘malquerientes’, representados éstos por la Iglesia y la derecha que han tratado de redefinir conceptos del laicismo como ‘libertad religiosa’ y ‘libertad de expresión’ sin conseguirlo”.

El Estado laico en México, en efecto, ha experimentado un proceso muy complicado, “lleno de retrocesos, finalmente afirmado a partir de un determinado momento y radicado en lo básico en la educación. Para establecer el Estado laico se pasó por guerras civiles, invasiones, ataques contra la tolerancia, reivindicación de la educación pública y un enfrentamiento con los poderes del clero y los terratenientes. Sin embargo, el establecimiento de un Estado laico como tal llegó sólo con los derechos humanos (…) No se crea el Estado laico antes de que se difunda la noción de derechos humanos, solo esto le da el sello último”.

Devenir histórico del Estado laico

En la primera parte, el autor hace un recorrido histórico del origen y evolución del Estado laico, introduciéndose en las batallas ideológicas de liberales y conservadores de la segunda mitad del siglo XIX: “El Estado laico, de modo obvio, atraviesa por varias etapas, a través de las metas explícitas de sus primeros impulsores: la libertad de cultos y de expresión, la separación de la Iglesia y el Estado y la educación fuera del ámbito confesional (…) En primera y última instancia, los liberales afirman la independencia del Estado de cualquier Iglesia y la igualdad civil de todos los ciudadanos al margen de sus creencias” (p. 60).

“La dictadura de Porfirio Díaz es la época de la gran simulación donde la laicidad parece concentrarse en zonas de la ciudad de México y el laicismo se ve arrinconado ¿Qué sucede en esta primera etapa del Estado laico? Durante la dictadura de Díaz, la vuelta sin ambages al conservadurismo multiplica el desánimo. Con todo, sin que los propios liberales lo perciban, lo inscrito en las leyes –la separación de la Iglesia y el Estado, la laicidad como la estructura republicana por excelencia– se va volviendo la plataforma de las transformaciones” (pp. 29-30).

“Al cabo de una lectura desastrosa, la tendencia radical de la revolución, reformulada por la influencia del marxismo, del Partido Comunista Mexicano y del stalinismo, se desentiende del legado de Juárez y la Reforma liberal. En efecto, Juárez no fue socialista… Al lado de todo esto, el Estado laico es la garantía sólida del proceso educativo. La educación socialista fracasa y la izquierda se olvida del juarismo empeñada en despojar de antecedentes a la revolución proletaria que viene” (p. 31).

Cabe recordar que la promulgación de la Constitución de 1917, reivindicó el espíritu laico de la educación y reafirmó el principio histórico de la separación del Estado y las Iglesias. En este contexto, la Iglesia católica institucional encabezó una fanática cruzada en contra del Estado laico denostando recurrentemente la Ley fundamental. “Creo que la Iglesia católica pretende acabar con el Estado laico. No es que quieran entrar al Estado laico; la Iglesia lo que quiere es reimplantar la educación religiosa en las escuelas; pretende regresar la subvención de la iglesia por parte del Estado, pretende volver a ser parte del Estado en este sentido, y también –esto es muy grave– la iglesia de alguna manera en los hechos ha regresado a la existencia de fueros”, expresa el autor.

La actual embestida de la jerarquía católica y la derecha que detenta el poder en contra del Estado laico mexicano, no es asunto local o nacional, sino que corresponde a la gran campaña de El Vaticano, presente en todos los países latinoamericanos, para recuperar el poder político-religioso acotado durante la reforma juarista. La insistencia fundamentalista en “la libertad religiosa”, es decir, y entre otras cosas, en la devolución de los fueros eclesiásticos y en la educación religiosa en las escuelas públicas, gira en ese sentido.

El Estado laico y los derechos humanos.

Es un hecho que el Estado laico ha venido a recobrar fuerza en los últimos años, en el contexto de una sociedad secularizada. Esta realidad, la resume el autor en los siguientes términos: “Sin la noción de derechos humanos el Estado laico estaba inconcluso, era una abstracción. La noción y la defensa de los derechos humanos le resulta fundamental al Estado laico y la sociedad civil”. Pone como ejemplo de lo anterior, entre otros aspectos, la discriminación que por motivos religiosos se sigue presentando en nuestro país: “Tómese el caso de los protestantes a los que nunca se les ha permitido sentirse en posesión de la ciudadanía, a la persecución constante, a los malos tratos jurídicos, a la burla social. Las minorías religiosas existen por efecto de la laicidad pero nunca de modo pleno. La derecha los considera “apátridas”, y la izquierda nacionalista explica sin cesar que el protestantismo es un invento yanqui, una táctica para despojarnos de nuestra identidad nacional, una trampa para incautos” (p. 149).

Pero –se pregunta–, “¿quién defiende la puesta al día del liberalismo juarista, la defensa de los derechos de las minorías y el fin de la censura? ¿Por qué no se ha dado la crítica a la intolerancia religiosa en los sectores liberales, democráticos, de izquierda? ¿Por qué ninguno de los grupos que defienden los derechos indígenas se preocupa por mencionar siquiera la persecución religiosa en las comunidades? ¿Por qué fue tan lenta la inclusión de las persecuciones religiosas en el campo de los derechos humanos? ¿Por qué en las enumeraciones de la primera década del EZLN, escritas por el subcomandante Marcos, que abarcan casi todas las minorías y muchísimos gremios, jamás aparecen los protestantes? ¿Por qué cuando los obispos católicos y los laicos cercanos a su posición hablan de libertad religiosa, el contexto es la enseñanza católica en las escuelas públicas y no la libertad de profesar el credo que cada uno juzgue conveniente? ¿Por qué, pese al crecimiento notorio de las iglesias minoritarias, el Estado y la sociedad las conocen tan mal y tan despreciativamente, como si los que profesan las otras creencias no merecieran ninguno de los derechos humanos? ¿Tiene algún sentido considerar con tal carga de encono o desprecio a cerca de 15 por ciento de la población, cifra ya conservadora?” (pp. 156-57).

“Sin laicidad y sin laicismo, el país no dispondrá de sentido histórico o, como se diría ahora, de viabilidad”, concluye Monsiváis. Como se demuestra en la obra reseñada, que es de lectura obligada para todas las personas preocupadas por la vigencia de las libertades en México, el Estado laico se ha consolidado social e históricamente. Esta realidad inminente, nos incita a preservar el enorme valor político del Estado laico en nuestro país.

Laura Campos Jiménez
Historiadora por la Universidad de Guadalajara

miércoles, 16 de julio de 2008

OFRENDA DE CARNE

Un indio se corta la lengua como ofrenda al dios Shiva 16.07.08, ABC (ES). Un joven de 25 años del estado indio de Orissa, en el este del país, se cortó la lengua para apaciguar al dios hindú Shiva. El joven llevó la lengua que se había cortado con una navaja de afeitar al templo en la ciudad de Rourkela, para ofercérsela al dios de la destrucción. Cuando quiso depositar la lengua junto a la estatua de Shiva, fue visto por los sacerdotes del templo, que llamaron a la policía. Los médicos que atienden ahora al joven en un hospital confían en que pueda volver a hablar tras ser operado. En la India pervive la tradición secular de apaciguar a los dioses hindúes. Aunque cada vez se sigue menos, todavía se tiene noticia de casos aislados. El año pasado, un hombre en el norte de la India se arrancó la lengua para ofrecérsela a la diosa Kali. Antes degolló a su hijo de cuatro años. Argumentó que la diosa Kali se le había aparecido y le había pedido sacrificios humanos.